Recuerda, «como si fuera ahora», el nacimiento de su hermano más pequeño, unos cuantos años más joven que él. Pero ese es solo un ejemplo de la prodigiosa memoria que aún conserva José Cruz Martín «Pepe el cabrero», uno de los últimos ganaderos del Valle de El Cercado.
Con 94 años cumplidos, como él mismo precisa, Pepe es el vecino con más edad del caserío agrícola que está anclado desde la época aborigen en la parte alta del barranco de San Andrés. También es, posiblemente, el que mejor conserva su salud. Las muestras son varias.
Nacido en la zona de El Rodeo, otro enclave ubicado en la parte más alta del barranco al que solo se puede acceder a través de caminos, Pepe recuerda con precisión milimétrica nombres, pasos y lugares por los que transitó de joven -y cuando aún ya no lo era tanto-, y que son desconocidos para muchos de los todavía que viven en la zona.
Ese conocimiento se lo dio, por un lado, la necesidad, y, por otro, su pasión por los animales -vacas, cabras, gallinas, burros-, con los que se crió y de los que no se ha podido separar, pues a pesar de su edad sigue manteniendo «unas cabritas, varios perros, gallinas, gatos…».
Al igual que conserva su memoria, sus 94 años tampoco le impiden plantar papas, batatas, zanahorias y otras verduras, de las que se alimenta y que, según asegura, le permiten mantener la salud que tiene. También la leche con gofio.
Como ejemplo de su actividad agrícola, Pepe muestra su preocupación por una papas que tiene picadas desde hace días y que no ha podido sembrar «por tanta agua que ha caído».
Pero no es la única demostración de su salud de hierro. Sirva una anécdota recogida durante la elaboración de esta información. Con la misma precisión que cita nombres y lugares, fue capaz de distinguir un burro -propiedad de su nieto- apostado a unos 300-400 metros y al que la propia cámara fotográfica le costó enfocar.
«Tengo un dolorcito en la rodilla, que me resbalé el otro día». Es la única queja, además de un poco de sordera, que muestra mientras suma recuerdos sin parar. «Esas dos palmeras de ahí son las más antiguas de todo el valle. De ellas, unos chicos gomeros sacaban miel», relata, en referencia a los dos ejemplares más altos que están por encima de las casas.
Con el paso del tiempo, las palmeras se fueron multiplicando, al igual que otros «matos» que no existían cuando él era joven. En esa época, el Valle del Cercado aún estaba lleno de viñas distribuidas en paredones, heredadas de la época de la conquista. «Pero les entró una enfermedad y se acabaron», recuerda.
Aficionado a la caza de conejos, deporte que aún practica, Pepe hizo el servicio militar en Las Palmas, en el destacamento de artillería de montaña, durante 30 meses. «No comí chuscos ni nada… Pensé que no salía más», ironiza. No obstante, no fue de los canarios que tuvieron que acudir a la guerra. «No fui, pero estuve próximo», asegura.
Algo más tarde daría el salto al puerto de Santa Cruz, donde trabajó junto a otros hermanos y vecinos de San Andrés, aunque siempre con los animales de reojo.
Noticia e imagen originales publicadas en El Día