Vecino del restaurante El Túnel, los amigos de Manuel Hernández, conocido como El Chocolate entre sus conocidos, lo acompañaron la semana pasada hasta el jardín que se encuentra cerca del antiguo Castillo de San Andrés para el propietario de toda la vida de El Corbeta viera cómo su barco navega ahora sobre asfalto.
Días atrás, operaciones del Distrito de Anaga procedieron al traslado y a la instalación de El Corbeta en el acceso que se localiza antes de llegar al Infobox, sede de las oficinas municipales. Acababa así un enjambre de trámites administrativos que se iniciaron hace ya años cuando la Asociación de Vecinos El Pescador, a instancias de Marcos Cova, promovió la instalación de la embarcación de Manuel Hernández como si de un monumento se tratara. Pasó de estar fondeado cerca de la Cofradía de Pescadores a un depósito hasta que los responsables municipales culminaron los trámites, gestiones que incluso obligó a realizar consultas y obtener los informes pertinentes del Consejo Insular de Aguas del Cabildo de Tenerife.
El Corbeta no solo rinde homenaje a la vida de Manuel Hernández sino a todos los pescadores de San Andrés, y recuerda en particular el espíritu de sacrificio y la entrega de la gente de la mar para sacar la familia. A esto se suma la solidaridad que promueven desde la Asociación de Vecinos El Pescador: sirva como detalle que el barco, cuando ya estaba fuera de servicio, fue adquirido por un residente de San Andrés llamado Helio con el único objetivo de donarlo para que sirviera de tributo y recuerdo a los pescadores de este pueblo chicharrero.
Manuel Hernández nació en la señalada fecha del 24 de diciembre de 1928. Es la quinta generación de una familia dedicada a la pesca. En colaboración de su nieto Víctor, Manuel Hernández, que tiene 91 años de edad, recuerda que su padre era el propietario del barco de remos El Faraón, de nueve metros, donde se hacía a la mar una docena de hombres; contaba con un chinchorro y pescaban en el litoral desde la cordillera de Anaga hasta la orilla, con un fondo marino de sesenta metros.
Casado con Águeda, padres de dos hijas y con cuatro nietos, Manuel explica que el sobrenombre de El Chocolate le vino «de rebote», porque llamaba así a un amigo y finalmente se lo asignaron a él. Con apenas siete años, comenzó en la pesca limpiando los botes de la playa, remendando redes, ayudando a su padre y aprendiendo el oficio mientras iba a la escuela, hasta que ya con quince años dejó el colegio y desde entones se decidió a ganarse la vida del mar junto a su padre y sus hermanos y el inseparable chinchorro.
En el año 1949 acudió al cuartel, donde estuvo dos años embarcado en el Vasco Núñez de Balboa ocupando el puesto de cañonero, un tiempo en el que coincidió con muchos amigos y vecinos de San Andrés en esa etapa en el barco. Una vez se licenció y salió del servicio militar, se independizó en el arte de la pesca. Al principio se hacía a la mar con botes pequeños, hasta que pudo adquirir El Corbeta, en los años sesenta, la primera de las tres embarcaciones tu tuvo. Recuerda que dicho barco era propiedad de un trabajador de la antigua Caja General de Ahorros y lo tenía fondeado en Muelle Norte, hasta que Manuel Hernández lo hizo suyo para con él sacar adelante a su familia.
Cuenta a su familia que «el día que llegó con El Corbeta a San Andrés fue una fiesta en el pueblo, porque los vecinos y residentes conocían de su sacrificio, esfuerzo e ilusión para hacerlo suyo y, además había mucha afición marinera» en esta localidad. Inicialmente el barco medía siete metros y medio, pero Manuel Hernández lo amplió un metro más. El Corbeta fue el primero de los tres barcos de la llamada flota de arte de Los Manolos, pues después llegaron el Amanda y el María Antonia.
De la misma forma que Manuel Hernández es la quinta generación en su familia que se dedica a la pesca, él fue maestro y referente para muchos jóvenes que se hicieron en estas artes; «antes era más fácil trabajar», y a eso se suma su generosidad, pues siempre aceptaba a cuantas personas acudían a él en busca de una oportunidad para trabajar, máxime si Manuel conocía la necesidad de quien se lo pedía.
Con el paso de los años, Manuel Hernández llega a la jubilación y se retira del arte de la pesca en 1995: vendió la Amanda y el María Antonia, pero no El Corbeta, que pasó a ser una embarcación de recreo que atendía él mismo hasta que el cuerpo se lo permitía. Para los naturales del lugar, Manuel Hernández formó parte de la imagen de la costa de San Andrés durante muchos años, hasta el punto de que incluso cuando la edad ya le pasaba factura, muchos acudían a ayudarlo con el mantenimiento, le arrancaban el motor o incluso colaboraban con él a achicar el agua cuando ya no podía. A ese espíritu solidario rinde tributo también la colocación, ahora sobre asfalto, de El Corbeta junto a la vía que pasa por el Castillo de San Andrés rumbo a la playa.
El año pasado, Helio, un vecino del pueblo, adquirió el barco El Corbeta a Manuel Hernández con un único objetivo: donarlo al pueblo de San Andrés para su exposición pública. Desde antes, la Asociación de Vecinos El Pescador promovía ya la instalación de este barco como tributo a los hombres y mujeres que durante décadas han salido a la mar en busca del sustento o han trabajado a aliñar el pescado que luego se ponía a la venta.
A sus 91 años de edad, Manuel Hernández es todo un referente y un referente en el pueblo y en particular en la playa, que alimenta su memoria y rescata las anécdotas de una vida de esfuerzo y trabajo. En la actualidad, uno de sus nietos, Cristo, continúa vinculado a este sector desde su condición de ingeniero marino.
Publicado originalmente en EL DÍA