«Ni se te ocurra meter segunda; hasta arriba en primera». El consejo de una de las responsables de la asociación de vecinos Cuevas de Lino, de El Batán, se acaba de entender nada más encarar el camino. Al comienzo, dos señales prohíben el paso a vehículos de más de cinco metros y superar los diez kilómetros por hora. Un tercer disco avisa del peligro por la pendiente del 25%. Es la pista de acceso a un caserío lagunero poco conocido y de topónimo peculiar, incluso con un cierto aire a título de telenovela sudamericana: La Codicia.
Su nombre pasó de puntillas por la actualidad en enero. El Ayuntamiento de La Laguna envió una nota de prensa informando de que había colocado 150 metros de valla en lo que los lugareños llaman «el camino», un sendero que, históricamente, fue el acceso al caserío. Y es que de la empinada vía para tráfico rodado solo hace tres años. Ambos desembocan en un pequeño aparcamiento, mientras que de allí sale otra escalera que discurre entre el resto de viviendas.
La suya es la historia de una decena de vecinos y otras tantas casas diseminadas en la ladera junto a la carretera de acceso a El Batán. «Es un caserío a modo de atalaya, como casi todos en Anaga, que pretendían ser a la vez avistaderos de posibles enemigos», explica Pedro Félix González, vicepresidente de Cuevas de Lino. «Tiene este enclave la mejor muestra de arquitectura popular en viviendas rurales de la Anaga lagunera, tanto en casas canarias en teja como en casas-cuevas y habitáculos agrícolas», precisa sobre un lugar que, además, se caracteriza, entre otras cosas, por sus huertas en bancales.
Guillermo Martín y Encarnación Rodríguez viven en el inmueble más próximo al aparcamiento, junto a un naranjero cargado de fruta. Su relato lo marcan los sacrificios. «En la época de la construcción me levantaba a las cuatro y media o las cinco de la madrugada para ir a coger un micro a la Hija Cambada, un poco más abajo de la Cruz del Carmen», rememora Guillermo, de 72 años, y que tampoco olvida los tres viajes diarios de gajos del Roque Milano a la Cruz de Bejía o los sacos de papas que llevó hasta la Punta del Hidalgo. «Aquí toda la vida ha sido trabajar y cargar», tercia Encarnación.
No son muy distintas sus vivencias de las de Juan Ramos, de 75 años, y que cuenta que se dedicó a labores agrícolas y que estuvo en distintas obras, lo que también lo obligaba a caminar en mitad de la noche. Era el tiempo en el que la carretera de El Batán no pasaba de ser una quimera. Según apunta la secretaria de la asociación, María Magdalena Martín, así como Emiliano Ramos, otro vecino, la vía y la luz terminaron convirtiéndose en una realidad hace 34 años, el mismo día.
Hoy les preocupa la extrema lentitud de internet; que solo sintonizan un par de televisiones nacionales; las últimas modificaciones horarias de las guaguas, que no les convencen; la necesidad de un mejor mantenimiento de los senderos; que se emplee a gente de la zona en las actuaciones en Anaga, y, en la medida de lo posible, que se amplíe el aparcamiento. Sin embargo, y pese a todo, dicen vivir felices y no cambiar La Codicia por nada. Guillermo despeja cualquier duda: «A mí me llevan a un piso a La Laguna y me muero antes».
Publicado originalmente en El Día
Imagen: El Día